En Europa, la mejora de la seguridad energética no ha venido de la mano de la reducción de las importaciones de gas ruso (de hecho, esas importaciones han aumentado sistemáticamente), sino de las reformas normativas y de infraestructuras que han hecho que el mercado europeo sea más integrado y competitivo. Los defensores de las energías limpias esperan (en ocasiones, prometen) que, además de mitigar el cambio climático, la transición energética contribuirá a dejar atrás las tensiones originadas por los recursos energéticos. Otra forma en que los gobiernos pueden impulsar la seguridad energética es reduciendo los riesgos de la cadena de suministro, pero no de una forma que fomente el proteccionismo. No debería perseguirse la quimera de la independencia, sino intentar crear flexibilidad en un sistema diversificado e interconectado. Por mucho que los gobiernos necesiten potenciar la innovación y acelerar la transición hacia la energía limpia para frenar el cambio climático, también deben tomar medidas conscientes para mitigar los riesgos geopolíticos que creará este cambio. Las nuevas tecnologías pueden resolver problemas técnicos y logísticos, pero no pueden eliminar la competencia, las diferencias de poder o el incentivo que tienen todos los países para proteger sus intereses y maximizar su influencia. Si los gobiernos no reconocen esto, el mundo se enfrentará a algunas estridentes discontinuidades en los próximos años, incluyendo nuevas amenazas económicas y de seguridad que reconfigurarán la política mundial. Pero quizás el mayor riesgo de no identificar y planificar estos escollos es que si las preocupaciones de seguridad nacional entran en conflicto con las ambiciones de actuar contra el cambio climático, podría desaparecer la posibilidad de una transición con éxito. Y a duras penas podría el mundo permitirse más tropiezos en el camino ya cargado de dificultades hacia el nivel cero.
La transición hacia las energías limpias exige una transformación completa de la economía global y se necesitará un desembolso adicional de capital de alrededor de 100 billones de dólares en las próximas tres décadas. Pocos son los motivos que llevan a pensar que una reforma de tal calibre se puede llevar a cabo de manera coordinada, bien gestionada y fluida. Una transición ordenada ya implicaría grandes complicaciones si hubiera una mente a cargo de un plan maestro para diseñar el sistema energético global altamente interconectado; ni que decir tiene que no la hay. Cuando el mundo alcance un sistema energético por completo, o incluso en su mayoría, descarbonizado, muchos de los riesgos actuales de seguridad energética se verán paliados sustancialmente (incluso aunque aparezcan riesgos nuevos). La influencia que los “petroestados” y Rusia ejercen sobre Europa decrecerán, los precios de la electricidad renovable se tornarán menos volátiles y los conflictos por recursos naturales perderán fuerza. No obstante, si en el camino hacia ese fin, la asequibilidad, la fiabilidad o la seguridad del suministro de energía u otros pilares de la seguridad nacional entrasen en conflicto con las ambiciosas respuestas contra el cambio climático, existiría un riesgo significativo de que la preocupación por el medioambiente pasase a un segundo plano. Por este motivo, el liderazgo climático internacional exige mucho más que la mera negociación de acuerdos climáticos, las promesas de descarbonización y la mitigación de las consecuencias del grave impacto del cambio climático en la seguridad nacional. Implica también la reducción, de diferentes maneras, de los riesgos económicos y geopolíticos que entraña incluso una transición hacia la energía limpia completada con éxito. En primer lugar, los dirigentes necesitan ampliar sus herramientas para incrementar la seguridad energética y la fiabilidad y prepararse para una inevitable volatilidad. Para empezar, sería un error desechar una fuente de energía carbón cero ya existente que se puede utilizar con solidez, la energía nuclear, para ser exactos. Además, no sería acertado deshacerse de las herramientas de seguridad energética existentes, como la Reserva Estratégica de Petróleo de los Estados Unidos; el Congreso de Estados Unidos ha decidido de forma prematura poner combustible de la reserva a la venta en respuesta a la abundancia de petróleo a corto plazo de Estados Unidos y para anticiparse a la era pospetróleo. En efecto, con la aceleración de la transición energética, los dirigentes deberían realizar un análisis coste-beneficio para evaluar si está justificado el acopio estratégico de reservas adicionales para garantizar los suministros de gas natural, minerales críticos, hidrógeno y amoníaco. Los líderes políticos también deberían mantener un máximo nivel de flexibilidad de las fuentes de energía con la eliminación gradual de la energía “marrón”. Las afirmaciones de que Estados Unidos vio el “pico de uso de la gasolina” en 2007 y que el mundo experimentó el “pico de uso del carbón” en 2014 resultaron ser incorrectos. Dada la incertidumbre sobre las necesidades y demandas futuras, los responsables políticos deberían estar preparados para mantener en reserva algunos activos de combustibles fósiles antiguos, para estar preparados si se necesitan durante breves periodos de transición cuando no se correspondan la oferta y la demanda. Los reguladores de los servicios públicos deberán adoptar estructuras de precios que compensen a las empresas por proporcionar fiabilidad. Por ejemplo, para prepararse para los picos de demanda, los reguladores deben diseñar mercados que paguen a las empresas de energía por mantener la capacidad y los suministros, aunque se utilicen poco y que incentiven a las empresas de servicios públicos a ofrecer planes que recompensen a los clientes por reducir su consumo de electricidad durante los periodos de máxima demanda. En términos más generales, los responsables políticos deberían adoptar medidas para aumentar la eficiencia con el fin de reducir la demanda, reduciendo así los posibles desequilibrios de la oferta y la demanda. 🚢 🌲